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El Bisfenol A forma parte de un problema más amplio: el problema de los disruptores endocrinos

El asunto que nos ocupa, el de la prohibición del Bisfenol A en los materiales, recipientes y envases en contacto con alimentos, forma parte de un problema más vasto que inquieta enormemente a la comunidad científica, el de los contaminantes que perturban el equilibrio hormonal, conocidos como disruptores endocrinos.

Hasta ahora se han identificado centenares de sustancias que pueden tener este tipo de efectos. Basta ver la introducción que hace a este tema el último informe de la Agencia Europea de Medio Ambiente (European Environment Agency, EEA)17, para darnos cuenta de la dimensión de un problema en el que, en muchos aspectos, lo que suceda con el contencioso del Bisfenol A puede ser un paso importante o no en cómo se afronte la cuestión de forma global.

“Las malformaciones genitales en los niños recién nacidos” –dice el informe de la EEA- “se han incrementado en muchos países europeos, y el número de personas diagnosticadas con cánceres de mama, testículos y próstata continúa aumentando. Datos recientes indican que en algunas partes de Europa la calidad del esperma se está acercando a niveles de crisis que pueden comprometer seriamente la fertilidad. Al mismo tiempo, hay una fuerte tendencia hacia un más temprano comienzo de la pubertad en las niñas, y un incremento sostenido en las tasas de desórdenes endocrinos, nutricionales y metabólicos, como la diabetes tipo II y la obesidad. Las tasas de cáncer de tiroides se han incrementado entre un 5.3% (Suiza) y un 155.6 % (Francia), particularmente en mujeres, niños y jóvenes. De modo parecido el hipotiroidismo congénito y los desórdenes en el neurodesarrollo tales como el autismo y el déficit de atención e hiperactividad son mucho más prevalentes que hace 20 años.

Las tendencias en la incidencia de estas enfermedades endocrinas han cambiado en una forma coincidente con la rápida expansión en el crecimiento de la industria química, llevando a la creciente sospecha de que puede existir un vínculo entre las dos cosas. También hay convincente evidencia de que está comprometido el desarrollo, crecimiento y reproducción de una serie de especies silvestres, habiéndose reportado alteraciones y anormalidades en el desarrollo sexual, daños en la función o anormalidades del tiroides, particularmente en medios contaminados con cócteles de sustancias químicas de uso diario.

Preocupa que las sustancias químicas capaces de interferir con el funcionamiento normal de las hormonas , los disruptores endocrinos (o EDCs) puedan jugar un papel en estos problemas. Tales sustancias pueden ser halladas en la comida, en los productos del hogar y en cosméticos. Los paralelismos entre los efectos reportados en humanos con los vistos en las poblaciones de especies silvestres no son sorprendentes, teniendo en cuenta el solapamiento entre sus ambientes y sus cadenas alimentarias”.

La introducción al informe de la Agencia Europea de Medio Ambiente, no hace más que reflejar la preocupación global por un problema que ha merecido importantes declaraciones científicas internacionales como la Declaración de Praga sobre la Disrupción Endocrina (2005)18, suscrita por centenares de científicos e investigadores de todo el mundo, pertenecientes a multitud de universidades , centros de investigación , institutos, agencias públicas ,… de países como Alemania, Estados Unidos, Dinamarca, Italia, Francia, Suecia, Suiza, Reino Unido, Bélgica, España, Israel, Países Bajos, ….

Ésa Declaración advertía que “los europeos están expuestos a bajos niveles de una gran cantidad de disruptores endocrinos que pueden actuar conjuntamente” y que son “detectados en los tejidos humanos y en la leche materna”. Y que la exposición a esas sustancias se da “desde etapas muy tempranas de sus vidas cuando su organismo en desarrollo puede ser particularmente sensible”.

Y apuntaba algo que debe ser tenido muy en cuenta en el caso concreto de lo que pedimos en relación al Bisfenol A en concreto: que el marco existente de normas y regulaciones, así como los tipos de test de toxicidad de sustancias que se han venido aplicando, no sirven para hacer frente al gravísimo reto que supone este problema. Que “ésos tests no tienen en cuenta los efectos de la exposición simultánea a muchos productos químicos y que pueden llevar a serias subestimaciones del riesgo existente” ni consideran adecuadamente , entre otra cosas, los efectos a largo plazo de dosis “bajas”.

Estos científicos hacían, así mismo, un repaso por los estragos sanitarios que están viéndose en Occidente y en los cuales es una explicación “plausible que la exposición a disruptores endocrinos pudiera estar implicada”. Problemas en los que las hormonas juegan un papel esencial en su origen o progresión tales como la “alta prevalencia de desórdenes reproductivos en los niños y jóvenes europeos así como el auge de cánceres en los órganos ligados a la reproducción , tales como las mamas y los testículos”. Que debían investigarse más en profundidad, ante la evidencia científica creciente, “los efectos de las sustancias disruptoras endocrinas sobre otras graves enfermedades humanas tales como la obesidad, los desórdenes neuronales, el estrés, etc.” Y pasaban revista a algunos de los problemas de salud que han sido asociados a la exposición a sustancias contaminantes: incremento de anomalías reproductivas en los varones de Europa (deterioro de la calidad del semen , malformaciones en los órganos sexuales, incremento de casos de cáncer de próstata,…), adelanto de la pubertad en las niñas19, daños en el sistema inmunológico infantil que “incrementan la probabilidad de contraer enfermedades infecciosas”, alteraciones en los niveles de hormonas tiroideas que pueden dañar el desarrollo del cerebro de los niños, efectos en el desarrollo neuronal, cánceres infantiles, síndrome metabólico, desarrollo cognitivo, problemas psicológicos, de memoria, de aprendizaje, de inmunidad, etc.

Finalmente, apuntaban algo muy importante que nos debe hacer reflexionar. Algo a lo que se refieren otras declaraciones científicas internacionales tales como el Llamamiento de París o la declaración de Wingspread20. A saber: que “la causalidad está bien establecida para los nocivos efectos sobre la Vida Salvaje como una directa consecuencia de la exposición a los disruptores hormonales”.

Que se ha visto como “la severidad de los efectos puede llevar a impactos a nivel de poblaciones” de fauna silvestre, como se vio, por ejemplo, con las focas del Mar Báltico y contaminantes como los PCBs y dioxinas. Y la Declaración pasa revista a algunas de las anomalías estudiadas como los machos de peces de ríos europeos que, expuestos a los contaminantes procedentes de los vertidos de depuradoras, tenían cosas tales como huevos femeninos en los testículos, o las poblaciones de caracoles marinos a cuyas hembras se les desarrollan penes por la exposición a compuestos organoestánnicos o, por no citar más, las alteraciones hormonales de otros caracoles por sustancias como el Bisfenol A o algunas presentes en las cremas solares, por ejemplo.

Insisten los científicos que suscribieron esta declaración en que “la Vida Salvaje nos da advertencias tempranas de los efectos producidos por los disruptores endocrinos”. En definitiva, que lo que vemos que pasa en las poblaciones animales puede pasar también en las poblaciones humanas.

Tal y como dice la Declaración de Praga: “en vista de la magnitud de los riesgos potenciales asociados a los disruptores endocrinos, creemos fuertemente que la incertidumbre científica no debe retrasar la acción preventiva de reducir la exposición y los riesgos de los disruptores endocrinos”.

Volviendo al tema del que no ocupamos en este informe, la prohibición del Bisfenol A en los recipientes y envases en contacto con alimentos puede ser estratégica para avanzar en la sucesión de pasos que han de darse para resolver tan vasto problema. En muchos aspectos, lo que suceda con el Bisfenol A puede marcar el camino de la lucha general para proteger la salud frente a los disruptores endocrinos, ya que en el debate acerca de esta sustancia se dirimen algunos de los principales ejes sobre los que todo gravita, como la asunción de que se producen efectos a muy bajas concentraciones.